7 jul 2011

Se mira en un espejo sucio. Está sola. Se observa con parsimonia. Detiene su mirada en su abdomen blanquecino. Nadie la mira.

Se golpea con fuerza la panza, como buscando que salga de adentro algo que molesta, que pesa, que no deja ser. Una y otra vez, se golpea el abdomen con ganas. Está sola. Nadie la ve.

Su cuerpo esquelético vuelve a mirarse en el espejo torcido. Pero ella sólo observa su abdomen ahora al rojo vivo. Entonces, corre hasta la cocina y busca unos frascos en la alacena que ordenó esa mañana. Al fin lo encuentra y lo abre con desesperación.

No vuelve su mirada al espejo sucio y torcido que quedó en la habitación, observando el cuarto ahora desierto.

Cuando amanece ya nadie clava sus ojos en el espejo de la habitación que mirará, para siempre el hueco que dejó ella en la cama.

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